Algunos de los inventos cotidianos más lamentables de la historia que todavía existen.

Sólo menciono siete de ellos, pero hay muchos más, y más maléficos que éstos:


1.- La señal horaria de los relojes digitales: Aunque su época de apogeo fue durante la década de los 90, busquemos al que decidió que los relojes pitasen a todas las horas en punto; busquémosle y digámosle un par de palabras… En el cine, en la iglesia, en la biblioteca… para lo único que servía (y sirve), además de molestar, era para comprobar que no había dos relojes que tuvieran la misma hora. Resulta curioso, además, el mecanismo mental por el que el sonido deja de ser percibido por el propio dueño, abundando aún más en su inutilidad.

2.- El mechero del coche: Este sencillo, a la par que incómodo, artefacto, ha visto desfilar ante él una auténtica revolución tecnológica en los vehículos sin sufrir ningún cambio. ¿Cómo puede ser que se haya pasado de la carburación a la inyección, de pasar calor al climatizador, de la inseguridad al airbag, ABS, ESP, etc. y que sigamos teniendo los mismos problemas a la hora de encender un cigarro? Tanteamos en busca del diabólico artefacto, lo apretamos, esperamos una eternidad y (suponiendo que no haya saltado sin que nos percatásemos de ello y se haya enfriado) lo tomamos con sumo cuidado, rezando para que no pillemos un bache y logrando que un ojo siga mirando a la carretera mientras el otro intenta ayudar a que acertemos. Lo más habitual es que el maldito mechero pierda fuerza y terminemos chupando ávidamente el cigarro sin lograr que prenda, y… vuelta a empezar.

Quizá fuera un invento acorde con la época en la que apareció, pero no desde luego para el siglo XXI, y mucho menos si se termina teniendo un mechero de los normales en cualquier hueco que nos pille a mano.

3.- Los abrefáciles: Salvo por la honrosa excepción de la mayoría de las latas de conserva, estamos ante perversas obras de ingeniería que se empeñan en hacernos creer que somos unos manazas. Es curioso que, a pesar de que la vida de un ser humano está plagada de desengaños provocados por los abrefáciles, respiramos aliviados cuando nos enfrentamos a un envase y vemos que posee tan maléfico sistema (incluso con unas instrucciones que hacen hincapié en lo zotes que llegaremos a ser). Quien ahora piense que en su vida se tropezó con algún abrefácil que hacía honor a su nombre, debe darse cuenta que no hizo más que conocer la excepción a una regla tan universal como cruel.

4.- El tapón irrellenable: Aquél que nos impide en casa solucionar el error de haber abierto otra botella de coñac olvidando que había ya una abierta, negándonos la posibilidad de juntar el contenido de las dos en una sola. Aquél, sí, que se queda atascado con las bebidas que contienen mucha azúcar y se hacen fuertes en la fortaleza inexpugnable que supone haber sellado la única posibilidad de acceder a ellas. Mientras tanto, en los bares y discotecas de pocos escrúpulos, se ríen de nuestra frustración utilizando mil y un trucos que harán que sean capaces de rellenar las botellas que a nosotros se nos resisten.

Lamentablemente, como ocurre con muchos inventos nefastos como éste, no podemos ya vivir sin él, pues, ¿quién no ha vertido un buen whisky porque la botella no tenía tapón irrellenable y el contenido salía a borbotones?

5.- El puntero láser: Muestra de que un invento puede convertirse en algo inútil cuando deja de ser exclusivo. Era el final de la década de los 90 cuando uno se ganaba la admiración y el respeto de la audiencia utilizando tan vistoso utensilio en sus presentaciones. Después… hasta en los puestos de la playa se vendía, junto a réplicas más o menos afortunadas de muñecos de Pokemon. Pasó de ser un objeto que hablaba por sí mismo de la clase y preparación de aquél que lo manejaba hasta descender a la categoría de juguete peligroso con el que los niños gamberros herían nuestras pupilas ante la indiferencia de sus aún más gamberros padres.

6.- La navaja multiusos: No voy a extenderme… La navaja propiamente dicha, pequeña, unas diminutas tijeras que no cortan, una lima “que no lima”, una sierra “que no sierra” (aunque es capaz de provocarnos una buena herida por error… ¿no será una sierra para cortar exclusivamente carne humana?), los destornilladores… peor. Y, como colofón, unas pinzas extraíbles incapaces de agarrarse a nada y un “palillo” capaz de almacenar durante años virus de enfermedades que se creían ya erradicadas.

7.- El mando “universal”: Como “de todo hay en esta vida”, quizá algún lector esté en este momento preguntándose por qué me permito llamar inútil a un artefacto que a él le facilita la existencia… Una excepción más que confirma la regla: enfrentarse a un mando universal es una carrera de obstáculos en la que la mayoría sólo podemos vanagloriarnos de haber superado alguno de los primeros, pero no de haber llegado a la meta. Yo, he de confesarlo, he caído en la tentación un par de veces (puede que tres; no recuerdo). La última, hace semanas, comenzó con la localización del código correspondiente a mi televisión (marca normal y modelo moderno, aunque no tanto como para no ser reconocido por “er bisho”): más de 10 códigos que me dispuse a probar uno a uno, haciendo gala de una paciencia poco habitual en mí… Nada de nada. Intento de que (a mi modo de ver, de forma milagrosa) “er bisho” reconozca el aparato… ¿Nada de nada?... Peor: he logrado que, al dar al botón de encendido en el modo TV, se apague el descodificador del Digital+. No lo dejé ahí, pero tampoco logré más que un pesado y molesto mando que únicamente servía para encender y apagar el descodificador de marras. Otro día lo intentaré, la esperanza es lo último que se pierde…

© 2009 Santyago Moro